El Rumbo del Errante

El Rumbo del Errante

martes, 8 de septiembre de 2015

Nada hay


La primera vez que escuché El Junta tenía trece años. Fue en vivo, en un concierto junto a otras dos bandas quiteñas que son parte de mi banda sonora cotidiana: Holger Quiñonez y El Extraño Comportamiento de un Torso Animado. El concierto, el evento, tenía el nombre de una de las canciones de El Junta “Despierto Otra vez” y fue un sábado por la tarde, en el teatro de la radio la luna. Todos los presentes tenían por lo menos diez años más que yo y eran amigos de las bandas o entre sí.

No supe el nombre de la banda que tocó tercera.  Años después me enteré que era El Junta. Puedo decir, sinceramente, que no entendí. No entendí tanto punk y grounge mezclados. No entendí tanta ira. No entendí tantas referencias literarias, desde el mismo nombre que, en esa ocasión, no registré. No entendí que pasaba. Qué entraba con mis oídos. Por qué estaba enojado y triste a la vez. No supe que pasaría luego.

Lo cierto es que después conocí de cerca a la banda. El Junta fue mi maestro. Fue mi maestro y me acompañó en la ruta fangosa de la adolescencia del rocker medio aniñado, y medio hecho el gamín, que definitivamente no encuentra su lugar. Mientras mi vida parecía una extraña mezcla en partes iguales, de  incertidumbre sobre el pasado, presente y futuro; ganas de vivir todas las experiencias como si fueran algo extremo; una idea romántica en exceso de la vida; uso recreativo de drogas suaves y un poco duras; momentos de inmensa felicidad, algo absurda a veces, esos momentos de olvidarse de todos y volar; y, sobre todo inocencia sobre todo lo que vendría, Él, El junta vivió como testigo y, a veces narrador y voz en off, conmigo cada episodio, irrelevante ante el infinito, inmenso ante mí.

Nunca me sentí más solo y más acompañado a la vez como cuando escuchaba Jesús el perro, a los dieciséis, sin saber muy bien qué pasó la noche anterior, que fue una mala mezcla de un Whisky que mis amigos y yo no podíamos pagar, Pecho amarillo y marihuana en dosis poco recomendables. Nunca me sentí más comprendido y confundido que a la mañana siguiente, con el primer arpegio de la última canción de su disco y las preguntas que se agolpaban en mi mente; ¿Qué mismo pasó ayer? ¿Vacilé? ¿Tiré?. Nunca antes me sentí más consolado y a la vez decepcionado que con El Junta vociferando dentro de mis oídos “Soy hijo del viento, no me rige el tiempo” mientras descubría realidades familiares tormentosas y poco prometedoras para mí.

Pero sobre todo, nunca antes me sentí tan cercano a alguien como saboreando los rechazos que la vida me tenía preparados, y sintiendo que las luces en quito son luces frías; que las miradas están llenas de veneno; que hay un lugar y un tiempo oscuros antes de este mundo; que seguir buscando laberintos, a veces donde no los hay, y que ver de manera triste la vida y el mundo tienen como único destino posible la soledad más íntima, la soledad de adentro.

Han pasado cinco años desde ese concierto, y diez desde el primer concierto de la banda, y las cosas se mantienen. El Junta y yo no nos vemos tanto como antes pero sigue siendo quien fue, sigue intacto. Se mantiene como la banda a la que más veces he visto en vivo, la banda que escucho cuando necesito al odio para protegerme de todo el veneno, cuando solo encuentro las espaldas de los demás, cuando los sueños y las risas se deshacen en un lago de mierda.

Sigue siendo la cueva en la que tengo refugio.


la música, letras y archivos de la banda están disponibles en su página web http://www.eljunta.com/